Vivimos tiempos curiosos. Parece que todo el mundo sabe de comunicación… hasta que hay que comunicar de verdad.
Ahora resulta que la inteligencia artificial te hace una web en 5 minutos, que la sobrina del jefe lleva las redes porque “le encanta Instagram”, y que en el cole los niños hacen presentaciones tan monas que, oye, ya podrían encargarse del próximo plan de reputación de crisis.
Maravilloso.
Solo hay un pequeño problema: eso no es comunicación corporativa. Es entretenimiento.
De la estrategia al “hazme un post chulo”
La comunicación se ha convertido en ese cajón donde cabe todo: el evento, el logo, el tuit, el vídeo, el email, la nota de prensa y la decoración de la oficina.
Y como cualquiera puede publicar algo en Internet, cualquiera cree que puede dirigir la voz, el tono y la reputación de una marca.
Spoiler: no.
Comunicar no es subir una foto con un filtro bonito.
Es construir sentido, alinear propósito, crear relato y mantener coherencia entre lo que una empresa dice, hace y proyecta.
Es entender que las palabras importan, que los silencios pesan, y que cada mensaje define lo que una marca es… o deja de ser.
La trampa de la inmediatez
La tecnología ha democratizado las herramientas, pero no el criterio.
Hoy cualquiera puede diseñar en Canva, lanzar un post, grabar un reel o escribir un mail con ChatGPT.
Pero, ¿quién define la estrategia detrás de eso?
¿Quién mide el impacto, la coherencia, el tono, la oportunidad?
¿Google ha confiado en Gemini el diseño y desarrollo de su propia web? NO. Predican que esta herramienta IA diseña webs en minutos, pero su propia página sigue hecha por humanos.
El problema no es la IA ni el sobrino.
El problema es creer que una herramienta sustituye el pensamiento estratégico, la experiencia y la sensibilidad comunicativa.
El problema es repetir tanto ese mensaje que ya ha calado en la ciudadanía.
Comunicación: el nuevo “todo vale”
Se ha banalizado tanto la comunicación que ahora se la confunde con cualquier cosa que suene bonito o se mueva rápido.
Y así se pierde su verdadero valor: el de construir confianza, reputación y cultura corporativa.
La comunicación no es un adorno.
Es una función crítica, estratégica, transversal.
Y cuando se improvisa, los daños son reales: Crisis reputacionales, pérdida de credibilidad, empleados desinformados, clientes confundidos y marcas que hablan mucho pero no dicen nada.
Volver al origen de la Comunicación Corporativa
Quizás ha llegado el momento de recuperar el respeto por esta profesión.
De recordar que comunicar bien no es cuestión de tener un micro, sino una visión.
Que detrás de cada estrategia sólida hay periodistas, creativos, consultores y comunicadores que llevan años escuchando, analizando, conectando y dando forma a los mensajes que sostienen a las marcas.
Porque sí, la IA puede escribir en 5 minutos.
Pero solo una mente humana con criterio sabe qué decir, cuándo, cómo y para quién.
Y, sí, una adolescente puede publicar una foto molona en ING.
Pero solo un profesional, lo hace con un propósito, con un sentido y con sentido común. Siguiendo un por qué y un para qué, y no solo el cómo.
Y, NO, un niño no crea una “web chula” en el Colegio.
Menos postureo, más propósito, más profesionalidad y más estrategia
La comunicación corporativa no necesita más improvisadores.
Necesita profesionales que entiendan su poder.
Porque cuando la comunicación se banaliza, las marcas pierden alma.
Y sin alma ni estrategia, ninguna historia existe.